LEVANTAR LOS BRAZOS
Esmeralda Vizcaíno
La selva iba
ganando terreno y de la aldea apenas quedaban unas cuantas chozas, con el tejado
resquebrajado. El silencio invadía aquel lugar, un silencio inquietante,
preludio de tormentas. Entró en lo que quedaba de la casa de aquella muchacha
con la que quería formar su familia. Se tumbó en el suelo tras extender unas
ramas y cerró los ojos, con la imagen nítida de aquella mirada dulce y su
sonrisa resplandeciente, mientras lavaba en el río la ropa con su madre y sus
amigas. De repente aquella imagen candorosa se desvaneció ante las órdenes de
los soldados, los fusiles se vaciaron, el llanto de las huérfanas cobraba
fuerza, junto con los gritos angustiados
y rotos por la fuerza bruta con que violaban a las niñas una y otra vez. Se
despertó sobresaltado y sintió la necesidad de regresar al campamento de
refugiados.
Una vez allí,
tuvo que decirles a las mujeres que no quedaba una sola casa habitable. Sabía
que el oro lo sacaban en botes y no volvería la riqueza al Congo. Los brazos le pesaban. La comida era
insuficiente, y cada día llegaban más mujeres embarazadas. Estaba envuelto en
estos pensamientos cuando le llamaron, Ken estaba a punto de dar a luz. Corrió
y al ver a aquella mujer con su bebé en los brazos sintió que aún tenía mucho
por hacer, tenían que reconstruir la aldea, formar su familia junto a Ken que
como tantas otras, estaban alumbrando a una nueva generación. Tenía que
enseñarles a amasar el pan, a arreglar la máquina de coser para que pudieran tener
ropa aquellas mujeres y sus hijos,…
Y se dijo a sí
mismo: si mi niña es ya una mujer, que a pesar de ser violada ve en su bebé el
futuro de nuestro país, si ella tiene razones para levantar los brazos y
amamantar a su hijo, ¿no voy a tenerlas yo para acompañarla y compartir esa
labor?.
EL drama de la grapadora
Había llegado
el fin de trimestre, y era el momento de organizar todos los ejercicios
realizados, y qué mejor que el alumno pudiera organizarlos él mismo.
Sacó de la
carpeta las hojas arrugados, dobladas y
le dije apoyándome en gestos:
-
Allí, sobre la mesa grande, vamos a separar,… Mira,
unidad 6, …coloca aquí los que tienen unidad 6, aquí los de la 4, aquí la 3,…
Y fue colocando en montones las
hojas, algunas conservaban las huellas de su ira, impresa en tachones que perforaban la hoja,
en roturas remendadas con celo, así como en pliegues que hacían de aquella mesa
un océano con profundas simas de rabia,
desesperación, frustración, silencios, llantos… Cuando acabó de colocar
le dije que fuera a su clase a pedir la grapadora. Su mirada se clavó en el
suelo, y negó con la cabeza. Ante mi
insistencia dijo: - no puedo- en un tono
quejoso.
- Vete a tu clase, llamas y dices: por favor, déjame la
grapadora.
- Nuuuu, aaaaaa,…- dijo en tono de burla
- Por favor, déjame la gra, pa, do, ra, grapadora.- repetí
con serenidad.
- No puedo, no puedo, no puedo, no puedo,…- decía mientras
lloraba
- Sí puedes, por favor déjame, repite conmigo. – afirmé con
un tono firme y bajo.
- No puedo, no puedo, no. – negó con un tono rabioso
mientras se cruzaba de brazos miraba al suelo .
Le dije que se levantase y en pie con los brazos cruzados
negaba con la cabeza.
-
Por favor, ven.- Y salimos al pasillo, ante la puerta
de su clase le dije:
-
Llama y le dices a tu maestra por favor, déjame la
grapadora.
Llamó dijo con su tono
extranjero: - ¿Se puede? – Entró en su clase y la maestra le pregunto qué
quería y se dio media vuelta saliendo al pasillo. Anudó sus brazos a su
estómago, encogió sus hombros y siguió cerrándose con avidez hasta que se tiró
al suelo, ovillándose, apoyado en la pared, al lado de la puerta. Le pedí que me mirase, pero no lo
hizo. Le levanté buscando sus ojos, inútilmente y le dije:
-
Sí puedes. - En
ese momento apareció otro alumno mayor que él y le miró de reojo levantándose
inmediatamente, le pedí que le dijera cómo pedir la grapadora y se acercó a él
increpándole:
-
Venga hombre, si eres ya muy mayor, y eso ya
sabes, dices por favor, préstame la
grapadora. Vamos, voy contigo tío, pero si llevas ya en España muchos meses.
Su compañero entró con él y pidió la grapadora, ante la
pregunta de la maestra: - ¿qué te pasa por qué entraste y saliste? no obtuvo
respuesta alguna. Con la grapadora en
mano entró y tiró al suelo las hojas organizadas con saña. Me miró y le dije: -
Ya sabes lo que toca, tiras, pues recoges y ordenas de nuevo para grapar tus
trabajos.- Al acabar me miró y me
preguntó: - ¿Puedo llevar la…? – levantando la grapadora. Le dije que fuera y
diese las gracias. Al regresar le dije: - Menudo drama has armado por una
grapadora no?.
–
Grapaora, - dijo mirándome, con un tono de duda.
–
Gra, pa , dor, ra, grapadora, grapadora.
–
Grapa, grapadora.
–
Esta palabra seguro que no se te olvida ya.
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