Aquel viaje sólo empezó a tener sentido ante la visión de las piedras que
se amontonaban a espaldas de la catedral, sobre los cartones un hombre de unos
treinta años, mal oliente dormitaba abrazado a una botella medio llena de vino.
Al verle le reconocí. Era Pelayo mi tutor de prácticas. Supe que había vuelto
para encontrarme con él. Me quedé observándole. No daba crédito. El tan
repeinado, siempre dispuesto a impartir sus clases de música. Era capaz de
transmitir su pasión por Chopin, Debussy... Era tan sociable que no tenía un
enemigo. Le hicieron director por unanimidad el año en que le conocí. Y ahora
cinco años después estaba tendido sobre cartones, con una botella y una
armónica como compañía. Me aproximé a él al tocarle el hombro abrió los ojos
asustado. Me reconoció inmediatamente y le invité a comer algo. Se levantó y
tras apurar la botella hasta el fondo dejándola en el suelo, se estiró y me
dijo:
- ¿Adónde
quieres que vayamos?
- ¿Adónde
quieres ir?
- Así no creo
que tenga muchas opciones: la cocina económica...
- Antes quisiera
ir hasta mi hotel. Está muy cerca de aquí. Quisiera cambiarme y después
saldremos a cenar.
- Está bien.
Supongo que podré asearme un poco.
- Claro...
Así lo hicimos y tras darle una buena propina al botones logré que no
pusieran ninguna objeción a la entrada de Pelayo ante las miradas inquisitivas
de los amigos de la ópera envueltos en sus mantones de manila. Cenamos en aquel
restaurante al que solíamos ir a tomar unos culines de sidra y a canturrear con
la ciudad a nuestros pies. Empezamos a charlar y fuimos rastreando el pasado,
pero antes de llegar a mi presente Pelayo aprovechó una de mis visitas al señor
Roca para desvanecerse...
Al día siguiente volví al lugar donde nos habíamos encontrado el día
anterior, pero no estaba entre la muchedumbre de desheredados que hacían cola
para entrar a comer en el segundo turno de la cocina económica. Esperé a que
todos entrasen y llamé al timbre. La madre Angustias me atendió con amabilidad
y me dijo que Pelayo no era un asiduo. Decidí ir al colegio donde le conocí.
Quizás allí podrían informarme sobre lo ocurrido. La noche anterior solo yo
había ejercitado mi memoria narrando las vicisitudes de mi viaje como
cooperante en Bolivia. Él en cambio a pesar de la charla fluida no había
aludido a su situación.
En el colegio me encontré con un compañero de promoción en la dirección.
Durante la carrera ni siquiera nos cruzamos media palabra, pero él solía
saludarme con un leve movimiento de cejas al cruzarnos por el pasillo. Al verme
repitió aquel gesto y los dos nos reímos. No hicieron falta presentaciones. Me
explicó que Pelayo había caído en una profunda depresión y durante años estuvo
de baja. Al reincorporarse no era el mismo. Comenzó a descuidar su aseo
personal y la tensión iba en aumento. Cambio sus discos de música clásica con
las audiciones comentadas, por salidas a zonas desconocidas para los alumnos de
aquel colegio de pago y los padres se opusieron. Acabaron involucrando hasta a
la inspección y le abrieron un expediente. Antes de que aquello se pudiera
aclarar Pelayo desapareció. A mí aquella explicación no me convencía del todo,
así que decidí quedar con Concha, la única compañera de promoción con la que
mantenía contacto.
Ella me contó el "delito" de Pelayo: - Durante el año que
estuvo de baja comenzó a ver el mundo con otros ojos. Frecuentaba lugares
habituales de la gente de su círculo y cambió, como él mismo decía, las
entradas de palco por una silla plegable y una libreta de papel pautado. Se
sentaba en la calle y escribía la música que tocaban emigrantes peruanos,
pobres con su guitarra y un perro, grupos de malabaristas,... Fue así como
contactó con un grupo de emigrantes senegaleses que trataban de formar un grupo
musical para recordar sus raíces africanas y compartirlas con la gente de su
entorno. Él les ayudó a organizar varios conciertos. Después de aquello se
decidió a acompañar a los peruanos con sus flautas y trenzas por las ferias y
romerías de la región ganándose la vida. Al volver a las aulas intentó
aproximar a sus alumnos a esta música, al proceso creativo y a la composición
desde otra perspectiva. Sólo trataba de que lo descubrieran por sí mismos. El
consejo escolar se opuso, pero él decidió seguir adelante. Todo iba bien hasta
que se descubrió que no iban al conservatorio de música, al salir una foto en
la prensa sobre el levantamiento de asentimientos gitanos y uno de los padres
vió a su hijo allí, junto con sus compañeros y Pelayo. Él no quiso ni
defenderse. Todo se desbordó. Yo le insistí para que tratara de hacer frente a
la situación. Pero él sólo respondía: -La música está viva y no puede encorsetarse
en un simple papel pautado. Va mucho más allá. Alguno de estos escolares han
captado lo que yo pretendía y lo han reflejado en unos poemas, relatos,
canciones maravillosas. Los padres no lo entenderán nunca. Ellos buscan otras
cosas y no entienden que mi enseñanza va más allá de la interpretación de
canciones populares, la lectura correcta de una partitura. Mi trabajo aquí ha
concluido. Si lucho ellos se quedarán con el sabor del conflicto, olvidando la
causa del mismo. Eso es lo importante. Me voy-. No le importaba renunciar a la
enseñanza.
- ¡Qué
insensato!. Un profesor como él, con aquel talante...
- Él ha
decidido. Subsiste con ayuda de la recogida de cartón, chatarra, alguna
chapuza, y siempre le queda rebuscar en la basura. Dos veces al año se va con
los peruanos a tocar por los pueblos. Ha logrado que les graben un disco. De
cuando en cuando me hace una visita y te puedo asegurar que no se arrepiente.
Le ofrecí la posibilidad de volver a la enseñanza desde el ámbito de lo no
formal y se negó.
- Resulta tan
increíble.
- Yo también lo
creía así, pero tienes que encontrarle y lograr que te deje escuchar la música
que compone. Entonces lo comprenderás.
Le busqué durante varias semanas y al final lo encontré en el Fontán
tocando El vuelo del cóndor. Cuando acabó la actuación ya era la hora de comer.
Me fui con él y sus amigos a dar buena cuenta de unas tortas de maíz y unas
papas que ellos mismos preparaban. Pelayo interpretó para mí una de sus
composiciones y comprendí que había nacido para testimoniar a través de su
música la cara oculta de una ciudad cuya escoba de oro no lograba deshacerse de
los estratos que unos sobre otros, siguiendo la falda del monte Naranco definen
a Vetusta.
Publicado en Nemetón Nº8 Gijón
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