Una nueva etapa comienza al arrancar el final del verano. Las margaritas
amarillas llevan anunciando desde hace una semana con su esplendor, el crepitar
de este ciclo que se cierra cada verano y el comienzo del nuevo periplo en las
aulas. Un nuevo curso académico, para los que estamos al otro lado del pupitre
también. Los trámites cada año son los mismos, pero con matices que nos llevan
a preguntar una y otra vez. Es la ocasión para el reencuentro con personas con
las que compartes este tiempo de espera, de incertidumbre. No recuerdas sus
nombres, aunque cómo podrías recordar un dato que jamás te dieron. Te conoces
de verte en la cola, con los papeles que firmas, certificados médicos dando
constancia de una salud física adecuada, y entre firmas, números de cuenta
bancaria ya no juramos, prometemos.
Aprendimos a no jurar por no tentar a la suerte, a las fuerzas superiores, o
porque nos enseñaron que no debemos jurar en falso. Le pregunté qué prometía a
una compañera de Facultad, con la que comparto más tiempo durante nuestros
intentos fallidos opositando que, durante los tres años que compartimos aula. -
Yo firmé y prometí no hacerme daño, no precipitarme demasiado. Prometí ser fiel
a mi actitud vital de ayudar a los que me rodean, de involucrarme hasta el
límite de mis responsabilidades, dejando atrás esos límites que marca la ética
y el deseo de construir un mundo mejor.
Nos despedimos intercambiando una vez más los teléfonos y me quedó en la
memoria sus ojos grises ajados, roídos por las ojeras. ¿Dónde está la mirada
alegre de aquella compañera, su dulzura?. ¿Qué habrá visto ella en mis ojos?
¿Habrá visto la misma promesa?. ¿Cuántos estaríamos a la cola si el examen
médico fuese psiquiátrico?
Este año descolgaré el teléfono y la llamaré, porque su mirada no puede
apagarse en el silencio. Es cierto que las ilusiones hay que inventarlas,
generarlas desde adentro del corazón para encontrar una razón por la que
levantarse cada mañana.
ED Esencias Nº28 sept 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario