Es
el origen y el final, es el comienzo y el fin. Es La belleza en estado más
puro. La arena guarda memoria antigua de todo lo que fuimos, de lo que había
antes de que llegaran los seres humanos. Cada grano de arena contiene una
historia, un viaje que ha realizado, un viaje espacial y temporal, es el todo y
la nada al unísono.
La
luz en el desierto,… eso hay que vivirlo. La luz es tan vibrante, tan veloz, el
sol no se despierta, corre, se agita, sube, se va deprisa y la luna también
corre hay un movimiento incesante, puro en la bóveda celeste todo oscila te
transporta, puedes contemplar caer estrellas, caer, caer y desear hasta agotar
tus deseos y aún así, seguirán cayendo sin cesar. Te tumbas y miras hacia
arriba y en ese horizonte de estrellas al cabo de un rato te contagian su ir y
venir y te sientes girar, es tan inmenso tan hermoso, tan grandioso que llegas
a necesitar el contacto con otro ser humano para no desintegrarte.
Escuchas
los tambores llegar e irse, los ecos de las palabras no dichas, de las
susurradas, de las que resbalaron y arañaron el aire entremezcladas con los
vientos que atraviesan ese gran vientre de dunas. El frío y el calor todo en el
mismo compás, basta con enterrar los pies en la arena para encontrar el cálido
y acogedor tacto del sol entre la arena en plena noche y combatir así el aire
fresco que te trae voces del campamento con enchufes para turistas que duermen
esta noche en jaimas, tras beber el alcohol que en sus equipajes atravesó
fronteras, para evadirse una vez más de sus rutinas. Es una lástima pero al
desierto no llega cualquiera.
Habitar
allí no es fácil, se requieren otras formas de estar tan distintas, otra
serenidad, otra forma de sentir, de leer y saber ver más allá del Khol y del
rimel, de cualquier cámara de fotos. Ver desde allí para mirar lo que los otros
ocultan, esconden, disimulan, desde una honestidad y un orgullo en extinción en
el norte. El tiempo es demasiado valioso para perderlo con evasivas, hay lo que
hay, todo y nada, la vida y la muerte, tú, toda entera en aquel inmenso espacio
tranquilo, no hay caminos, ya llegaste a donde querías llegar, estás contigo
misma jugando una vez más a adivinar, mirando, contando y escuchando.
Publicado en: Cosiquinas de Cadavedo, agosto 2012
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