Visité a una familia saharaui y fui la primera en comer, en recibir la mejor manta, la mejor alfombra estaba doblada aguardando mi llegada. Y tras ser atendida, el cabeza de familia, después los niños comieron y lo poco que sobró sirvió de alimento a la mujer.
Ante esta situación Jira no se siente discriminada, sino que se siente honrada por ofrecer lo mejor que posee al visitante y como mujer consciente de sus obligaciones no se sentirá infravalorada, ni dañada en su autoestima. La hospitalidad es una virtud universal que cada cultura interpreta desde sus referentes socio-históricos. Y desde este norte parece que hemos olvidado la cortesía que nos enseñaron nuestras madres, procedentes de sus abuelas. Han desaparecido: las bolsitas de algodón, rellenas con flores de lavanda, entre las sábanas de la ropa blanca, la habitación para los invitados, el juego de café para los domingos y las ocasiones especiales... ahora un listín con la comida rápida, el microondas y la comida precocinada han sustituido a las cocinas de carbón, con los pucheros humeantes y las castañas en la chapa tostándose lentamente, los bombos de agua caliente y las cuerdas para la ropa atravesando el techo de las cocinas.
Como mujer occidental me decepciona escuchar a hombres y mujeres de mi cultura equiparar la libertad a la independencia económica. Empeñados en ser iguales, cuando lo que nos hace más humanos es la diferencia. ¿Quién es más libre: una mujer que en el Sahara lucha por seguir viviendo bajo una lona, transformando restos de tuberías en anillos que vendarán, o una mujer del primer mundo que tras su jornada laboral al llegar a casa debe cumplir con sus tareas domésticas, entre las que está la organización del hogar, la educación de los hijos y además ser la perfecta amante y esposa?. Yo desde luego no me siento
más libre que una mujer saharaui teniendo que demostrar que para ser una mujer realizada debo: triunfar en el terreno profesional demostrando que puedo ser tan competitiva como los varones, desarrollando dotes de liderazgo en la escalada de poder, ejercer con eficacia mi labor como madre y esposa además de afrontar la máxima responsabilidad sobre las tareas domésticas.
Necesito ser libre co-responabilizandome junto a mi compañero de hacer una vida en común, desde la búsqueda de un equilibrio entre los valores masculinos y femeninos que los dos, prescindiendo del sexo, albergamos para llegar a desarrollar nuestra vida. Aprender de nuestros géneros a ser nosotros mismos.
El reto está en aprender a compartir, a construir un futuro conjunto y dejar atrás la supremacía de un género sobre otro, porque tanto uno como otro tienen matices que aportar para complementarse.
Publicado en: Nemetón, Nº6, mayo 2001, Gijón
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