Hay cobijo siempre, miro desde allí y ningún humano me parece ni más grande ni más poderoso. No siento frío y aunque la brisa no me acaricia puedo mover mis piernas un poquito. Disfruto recostándome y quedándome dormido con el ligero vaivén de unos pasos que me protegen mientras las manos trabajan y la música fluye del corazón para alegrar el alma.
Dicen que ya soy mayor, que peso demasiado y hoy mi madre ha dejado de cargarme a su espalda para llevarme a por agua al pozo. Gateo alrededor de estas paredes de tierra. Hoy los demás me parecen gigantes, aunque pronto, si alcanzo el mijo, seré tan enorme como ellos y podré construir un pozo más cerca de poblado y así volveremos a cantar mientras el mijo abunda en nuestros graneros. Volverá a recuperar la risa en los ojos mi madre, mi eterno cobijo.
PUBLICADO EN : VARIOS (2005): ¡Cuánto cuento! Ed Acuman. Toledo
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