HAMAN,
EL BAÑO TURCO
La música con sus ritmos
implacables te hace comprender desde el primer instante que nos van a
introducir en dos mundos: uno reprimido, estático que se desliza como una bola
de nieve corriente abajo y otro auténtico, donde ese ritmo del tambor es el
ritmo del corazón, de la pulsión vital que nos hace ser lo que somos. Te introduces
en ese compás que te hace mover los pies y vas conociendo a esa mujer que luchó
por abrir su haman en un mundo masculino, donde ella se ganó el respeto de los
varones.
La
descubres a través de sus cartas de sus ropas, de su boquilla para agarrar el
cigarrillo como en el Crepúsculo de los dioses. Pero sobre todo sus
cartas te cuentan ese viaje interior, espiritual que ella inició en Estambul y
que Francesco inicia siguiendo sus huellas al igual que su mujer. Vino buscando
una ruptura y se encontró con otra forma de vida.
"Ojalá crezca con una
mirada limpia para que pueda reconocer sus deseos y unos brazos fuertes para
hacerlos realidad."
Una vida que se eclipsa entre
las prisas del siglo XXI sin un brillo en la mirada y de repente todo cambió
con la muerte inesperada de una tía la que nunca conoció. Francesco (
Alessandro Gassman) emprende viaje hacia Turquía. Allí le toma el pulso a una
ciudad donde el ritmo es distinto, donde una brisa suave logra que se
desvanezca la angustia. Una ciudad donde su tía fue feliz, donde se encontró a
sí misma en aquel haman que adquirió y restauró para proporcionarles a los
hombres un lugar para sus desahogos, ya que ella nunca fue capaz de negarle
ningún placer a un hombre. Entre vapores y masajes emergen los secretos, las
confidencias y lejos ya de la armadura de la norma social el placer bulle
libre, envolvente, denso como el vapor.
Editado Nemetón Nº 5 sep/dic 2000
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