SIETE GOTAS ( MAA)
Esmeralda
Vizcaíno
Llueve
en el desierto a veces, caen unas gotas, pocas, escasas, pero suficientes para
recordar que la vida es fértil, que sus frutos son dulces y amargos y que sin
esos abanicos que se abren entre la transparencia y la opacidad no seríamos
capaces de encontrar el camino, nuestra senda.
Los
granados, los almendros, los olivos, los bosques de cedros, florecen, se elevan
entre los versos de los poetas, las imágenes del ryad, del paraíso palpitan
bajo la piel y con ellas la esperanza de llegar vivos al amanecer del día en el
que la paz y la alegría sean las causas que nos hagan derramar lágrimas.
En
el agua hay música para acompañar el canto de los pájaros, para volver más
frondosos los naranjos, y mecer los jazmines. El agua se tiñe de confidencias
en el vientre de la tetera, fluyen brillantes, cálidas marcando el compás al
caer en el vaso y batirse generando la espuma dulce, antesala de la escucha
atenta, mientras se calma la sed, y es posible generar la armonía entre el
interior y el exterior. El agua cae gota a gota y con paciencia crea, recrea,
reconstruye grutas, campos fértiles, purifica almas, prepara al cuerpo para
despojarse de lo banal y le da fuerza, tersura, para emprender viaje. Alrededor
del agua, fuente de vida está la kasba, en la que siempre es bienvenido el
extranjero.
–
“Sabaj al-jer- [1].
1.- PRIMERA GOTA
El
silencio la cobijaba ya de todos los deberes, de las obligaciones que sus
hermanas y su madre le recordaban sin tregua cada mañana. Un silencio con aristas afiladas pero
silencio. Por fin silencio, al borde del sueño reparador ajeno y sustentado por
su sacrificio, un descanso que les ofrecía cada vez que cerraba los ojos y el
marido elegido por su madre se metía en su cama. Apretaba los párpados con
fuerza, escondía su mueca de asco entre los abundantes rizos de su cabellera y
le dejaba hacer.
En
la madrugada mientras todos dormían, Hadicha escribía sus primeras letras en
árabe, en el cuaderno que escondía en el fondo del baúl que custodiaba su vestido
de novia. Había ido aprendiendo con las lecciones de su sobrino las letras, las
palabras que a ella le fueron negadas por ser pobre y mujer. En aquel Ramadán
se sentía capaz de proponer una cita y así lo hizo. Lo escribió en un pequeño
papel, lo dobló y lo anudó a la pata de la paloma mensajera que aquel muchacho
le había regalado, junto a la promesa de amor eterno. Soltó la paloma y aguardó
su regreso, entre lágrimas. Su llanto rodó cada madrugada dejando un rastro
salado sobre los recuerdos que iba anotando en los cuadernos.
La
paloma no regresó y él no acudió a la cita, el día señalado. Su llanto se secó
y decidió no volver a llorar por ningún amor y sacar el máximo rendimiento de
su belleza y su juventud.
SEGUNDA GOTA (HAMMAN)
Los
poros se abrían, las siluetas se adivinaban entre el vapor. No hay más sonido
que el de la confidencia a media voz y el agua del caño deslizándose sobre la
pila, sobre la espalda desnuda para corretear incesante, fundiéndose con los
restos de jabón que discurren sobre la losetas del suelo, borrando el brillo
singular de las huellas tímidas de los pies descalzos, al entrar en la sala del
calor, con cierto temor hacia lo desconocido. Una piel dialoga con otra piel,
al cobijo de los convencionalismos. Desnudos somos agua, somos un lento
crepitar…
TERCERA GOTA (RYAD)
Siempre
la dejaba en la orilla de la playa. Se iba remontando río arriba hasta alcanzar
la noria, y se quedaba abstraído escuchando el agua discurrir por la acequia.
Entrecerraba los ojos y con total nitidez veía la alberca, con sus peces
alimentándose con los restos de pan que robaba de las ofrendas que las vírgenes
depositaban en la Ménara ,
con la esperanza de encontrar esposo huérfano. Sentía una vez más el agua
templando sus euforias al perderse en el horizonte en el que se elevaban las
nieves de las cumbres del Atlas. Y volvía a hacerse presente el olor de la
henna sobre la piel de su madre, entremezclado con azahar Aquel olor tan
característico que le devolvía al ryad en el que el agua de la fuente acompañaba
al canto de los pájaros que alimentaban en las tardes, tras llegar de la
madrasa y que era el preludio de la siesta para los mayores. Aquellas tardes
calurosas en que ascendía de puntillas hasta la terraza y se escondía en el
interior de la tinaja vacía para escuchar a su tía Habiba cantar, mientras
todos dormían. Habiba le enseñó con aquellas canciones a adentrarse en el
corazón de una mujer, a entender sus humores, sus ritmos y ese código secreto
que ella desvelaba con sus melodías, creyéndose a salvo de las miradas y oídos
de todos, fueron las semillas de sus futuros poemas, de sus miradas cómplices
hacia un universo vetado para los hombres.
Cuando
volvían a casa su mujer siempre le preguntaba qué había hecho río arriba y él
siempre le contestaba:- escuchar.
Al
llegar a casa una carta anunciando la muerte de su tía Habiba se sumió en una
profunda tristeza. El viaje era
demasiado largo y no llegaría a tiempo para el entierro. Al cabo de unas
semanas llegó un paquete, con la vasija de barro que su tía Habiba siempre
llevaba consigo cuando subía a la azotea. Al sacarla a la luz se emocionó,
siempre quiso saber qué contenía, pero nunca llegó a saber dónde la escondía.
Ahora estaba entre sus manos, la abrió y al ir sacando los pétalos de las
flores secas que había en su ryad fue apareciendo una inscripción en la pared
interior de la tinaja y pudo leer: - El canto de tus aguas está en estas
aguas.- Sintió el ryad enraizándose en su corazón con tal fuerza que nunca dejó
de escuchar a Habiba cantar, cuando paseaba cerca de las acequias, las albercas
y los aljibes.
CUARTA GOTA
No
hay agua en el pozo, el cauce del río está seco, sólo hay piedras entre un mar
de granos, minúsculos. Las abluciones de hoy las realizaré como ayer, con un
puñado de arena. No hay fuerzas suficientes para alcanzar el palmeral, no hay
ya energía para subir ni una duna más. La mancha verde que aparece en el
horizonte puede ser un espejismo, una luz que está dentro de los propios ojos,
una forma de mirar hacia el futuro. Después de todo, las palmeras le han
acompañado, frondosas desde más allá de lo que alcanza su memoria. Su abuelo
trepó a una y mató a más de veinte enemigos con un arco y aprovechando el
factor sorpresa, junto con una posición privilegiada de las hojas de la
palmera, de sus frutos dulces con los que se alimentó en los días de espera. En
la recogida de los dátiles en Choual, conoció a su esposa y se casó con ella.
Apoyado en el tronco de la palmera encontró consuelo, cuando murió su madre y
recordó las canciones con que la acunaba cada noche, cuando estaba enfermo. Las
palmeras siempre le habían devuelto a la vida y no podía creer que fuera una
ilusión, aquel manto verde, acogedor, que se mecía al compás de siroco en su
horizonte. Cerró los ojos y se durmió. Al despertar en los labios tenia el
sabor de los dátiles y los granados en su boca. Salió de su jaima y miró hacia
el horizonte, allí estaban esperando sus palmeras y el viejo Ksar de barro
guardando entre laberintos de túneles y pasadizos el agua del pozo que
discurría en las acequias para dar vida al palmeral.
QUINTA
GOTA ( EL Té)
El
agua rompe a hervir en el cazo, sobre el hornillo. La tetera la aguarda
paciente, con la hierba seca del té verde y el azúcar. Cae sobre las hojas
resecas dándoles vida por última vez, devolviéndoles la flexibilidad robándoles
el último aliento. La baraca se arremolina contenida en las paredes de los
vasos, fluye la espuma y regresa a la tetera una vez más, para tomar la
consistencia del azúcar que irá desgranado la amargura que empaña la alegría
vital, para dejar al descubierto las caricias de la complicidad y adivinar con
una prudente suavidad el fin de los miedos al calor de las confidencias. Tres
tés para ir desenredando los celos, para olvidar la acidez de las decepciones y
recuperar la suavidad, con que se saborean los temblores y estremecimientos que
nos deja la embriaguez de sentirnos satisfechas
SEXTA GOTA
¿Cómo
presentarse ante sus ojos sin haber dedicado un tiempo a guardar silencio?.
¿Sin prisas, ante Él, el omniscente, el todopoderoso, el clemente, el
misericordioso, el indulgente, el que todo lo ve, al que no se le escapa nada…?
Bastan
unas gotas de agua para devolverte la mirada inocente, pura, honesta hacia tus
huellas, hacia los pensamientos con los que te enredaste encallando en la
orilla. Es suficiente con un ritual purificador para abrir el corazón y
dialogar con la fuerza creadora. El lugar no importa, es el momento del día lo
que marca el ritmo de esa pausa necesaria, anhelada en la que activar la paz,
salam, salam…
El
viernes irás a la mezquita para la oración en grupo y la fuerza generadora se
renovará, aumentará a una velocidad vertiginosa para afianzar lazos, la unión
hace la fuerza, y la llamada a la oración se hará presente hasta para los
sordos que verán la tela blanca ondeando en el alminar y acudirán para ser
acogidos tanto los ricos, como los pobres, los hombres y las mujeres, descalzos
con las palmas de las manos hacia el cielo y la mirada orientada a Meca.
SÉPTIMA GOTA
El
barrio se agita, la chimenea del horno está cada vez más activa, las mujeres
llevan sus bandejas repletas de dulces, panes, para hornear antes de la tercera
oración. No hay mucho tiempo, han de llevar la comida a casa a Fatma, los
familiares llegaran de Erfoud en el autobús de las nueve y estarán cansados
tras ese largo recorrido. Todo está casi listo, han lavado a la muerta, han
rezado las oraciones para la difunta. Llora sin consuelo Fatma, no es natural
que los hijos mueran antes que lo padres, pero no tiene fuerzas más que para
llorar, ya no grita, ya no tiene energías para rasgar más telas, ya sólo la
mira a ella, a su pequeña, vestida con su mejor caftán, y acaricia la mano fría
que pronto los hombres se llevaran envuelta en el sudario blanco, a la puerta
del Milah. Oye muy lejos las palabras de consuelo, y se sabe sola, cada uno de
sus hijos es una luz distinta, no pueden reemplazarse, ni sustituirse. Al menos
han podido despedirla en ese su último viaje de la mejor forma, para que sea
reconocida como una buena musulmana. Los hombres la colocaran sobre el costado
izquierdo y mirando a Meca.
El
barrio se ha volcado en estos tres días, en que Fatma enterró a su última hija,
la niña que lucho por emigrar a España y entrar con su esfuerzo, con un trabajo
digno, para volver a su país algún día con el dinero suficiente para poder
construir una casa con cañerías. Soñaba con abrir el grifo y que fluyera el
agua, sin falta de ir a buscarla a la fuente, cerca de una de las puertas de la
mezquita Alharauin. Cada viernes metía en la ranura de la puerta, una pequeña
limosna y con ella el deseo de poder viajar a España y trabajar allí.
Fatma
llora, reza, y quisiera haber compartido más tiempo con su hija. El dolor
amainará, pero el vacío, esa oquedad deberá aprender a vivir con ella, se
siente caverna, profunda, fría, oscura en la que el llanto se mezcla con las
aguas del cántaro que cada mañana va a buscar a la fuente del barrio.
Han
repartido las pertenencias de la más pequeña, las parientes más lejanas, y en
ese reparto han encontrado un informe de un hospital de Barcelona de la unidad
de oncología. Ahora Fatma comprende que
su hija sabía que volvía a su raíz para morir entre los suyos, lejos de
hospitales, en los brazos de su madre, con una sonrisa.
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[1] Sabaj al jer saludo en
Egipto, significa la mañana de la bondad.
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