lunes, 10 de septiembre de 2012

SIETE GOTAS



SIETE GOTAS ( MAA)
Esmeralda Vizcaíno

Llueve en el desierto a veces, caen unas gotas, pocas, escasas, pero suficientes para recordar que la vida es fértil, que sus frutos son dulces y amargos y que sin esos abanicos que se abren entre la transparencia y la opacidad no seríamos capaces de encontrar el camino, nuestra senda.
Los granados, los almendros, los olivos, los bosques de cedros, florecen, se elevan entre los versos de los poetas, las imágenes del ryad, del paraíso palpitan bajo la piel y con ellas la esperanza de llegar vivos al amanecer del día en el que la paz y la alegría sean las causas que nos hagan derramar lágrimas.
En el agua hay música para acompañar el canto de los pájaros, para volver más frondosos los naranjos, y mecer los jazmines. El agua se tiñe de confidencias en el vientre de la tetera, fluyen brillantes, cálidas marcando el compás al caer en el vaso y batirse generando la espuma dulce, antesala de la escucha atenta, mientras se calma la sed, y es posible generar la armonía entre el interior y el exterior. El agua cae gota a gota y con paciencia crea, recrea, reconstruye grutas, campos fértiles, purifica almas, prepara al cuerpo para despojarse de lo banal y le da fuerza, tersura, para emprender viaje. Alrededor del agua, fuente de vida está la kasba, en la que siempre es bienvenido el extranjero.
– “Sabaj al-jer- [1].

1.- PRIMERA GOTA

El silencio la cobijaba ya de todos los deberes, de las obligaciones que sus hermanas y su madre le recordaban sin tregua cada mañana.  Un silencio con aristas afiladas pero silencio. Por fin silencio, al borde del sueño reparador ajeno y sustentado por su sacrificio, un descanso que les ofrecía cada vez que cerraba los ojos y el marido elegido por su madre se metía en su cama. Apretaba los párpados con fuerza, escondía su mueca de asco entre los abundantes rizos de su cabellera y le dejaba hacer.
En la madrugada mientras todos dormían, Hadicha escribía sus primeras letras en árabe, en el cuaderno que escondía en el fondo del baúl que custodiaba su vestido de novia. Había ido aprendiendo con las lecciones de su sobrino las letras, las palabras que a ella le fueron negadas por ser pobre y mujer. En aquel Ramadán se sentía capaz de proponer una cita y así lo hizo. Lo escribió en un pequeño papel, lo dobló y lo anudó a la pata de la paloma mensajera que aquel muchacho le había regalado, junto a la promesa de amor eterno. Soltó la paloma y aguardó su regreso, entre lágrimas. Su llanto rodó cada madrugada dejando un rastro salado sobre los recuerdos que iba anotando en los cuadernos.
La paloma no regresó y él no acudió a la cita, el día señalado. Su llanto se secó y decidió no volver a llorar por ningún amor y sacar el máximo rendimiento de su belleza y su juventud.



SEGUNDA GOTA (HAMMAN)

Los poros se abrían, las siluetas se adivinaban entre el vapor. No hay más sonido que el de la confidencia a media voz y el agua del caño deslizándose sobre la pila, sobre la espalda desnuda para corretear incesante, fundiéndose con los restos de jabón que discurren sobre la losetas del suelo, borrando el brillo singular de las huellas tímidas de los pies descalzos, al entrar en la sala del calor, con cierto temor hacia lo desconocido. Una piel dialoga con otra piel, al cobijo de los convencionalismos. Desnudos somos agua, somos un lento crepitar…

TERCERA GOTA (RYAD)
Siempre la dejaba en la orilla de la playa. Se iba remontando río arriba hasta alcanzar la noria, y se quedaba abstraído escuchando el agua discurrir por la acequia. Entrecerraba los ojos y con total nitidez veía la alberca, con sus peces alimentándose con los restos de pan que robaba de las ofrendas que las vírgenes depositaban en la Ménara, con la esperanza de encontrar esposo huérfano. Sentía una vez más el agua templando sus euforias al perderse en el horizonte en el que se elevaban las nieves de las cumbres del Atlas. Y volvía a hacerse presente el olor de la henna sobre la piel de su madre, entremezclado con azahar Aquel olor tan característico que le devolvía al ryad en el que el agua de la fuente acompañaba al canto de los pájaros que alimentaban en las tardes, tras llegar de la madrasa y que era el preludio de la siesta para los mayores. Aquellas tardes calurosas en que ascendía de puntillas hasta la terraza y se escondía en el interior de la tinaja vacía para escuchar a su tía Habiba cantar, mientras todos dormían. Habiba le enseñó con aquellas canciones a adentrarse en el corazón de una mujer, a entender sus humores, sus ritmos y ese código secreto que ella desvelaba con sus melodías, creyéndose a salvo de las miradas y oídos de todos, fueron las semillas de sus futuros poemas, de sus miradas cómplices hacia un universo vetado para los hombres.
Cuando volvían a casa su mujer siempre le preguntaba qué había hecho río arriba y él siempre le contestaba:- escuchar.
Al llegar a casa una carta anunciando la muerte de su tía Habiba se sumió en una profunda tristeza.  El viaje era demasiado largo y no llegaría a tiempo para el entierro. Al cabo de unas semanas llegó un paquete, con la vasija de barro que su tía Habiba siempre llevaba consigo cuando subía a la azotea. Al sacarla a la luz se emocionó, siempre quiso saber qué contenía, pero nunca llegó a saber dónde la escondía. Ahora estaba entre sus manos, la abrió y al ir sacando los pétalos de las flores secas que había en su ryad fue apareciendo una inscripción en la pared interior de la tinaja y pudo leer: - El canto de tus aguas está en estas aguas.- Sintió el ryad enraizándose en su corazón con tal fuerza que nunca dejó de escuchar a Habiba cantar, cuando paseaba cerca de las acequias, las albercas y los aljibes.
CUARTA GOTA

No hay agua en el pozo, el cauce del río está seco, sólo hay piedras entre un mar de granos, minúsculos. Las abluciones de hoy las realizaré como ayer, con un puñado de arena. No hay fuerzas suficientes para alcanzar el palmeral, no hay ya energía para subir ni una duna más. La mancha verde que aparece en el horizonte puede ser un espejismo, una luz que está dentro de los propios ojos, una forma de mirar hacia el futuro. Después de todo, las palmeras le han acompañado, frondosas desde más allá de lo que alcanza su memoria. Su abuelo trepó a una y mató a más de veinte enemigos con un arco y aprovechando el factor sorpresa, junto con una posición privilegiada de las hojas de la palmera, de sus frutos dulces con los que se alimentó en los días de espera. En la recogida de los dátiles en Choual, conoció a su esposa y se casó con ella. Apoyado en el tronco de la palmera encontró consuelo, cuando murió su madre y recordó las canciones con que la acunaba cada noche, cuando estaba enfermo. Las palmeras siempre le habían devuelto a la vida y no podía creer que fuera una ilusión, aquel manto verde, acogedor, que se mecía al compás de siroco en su horizonte. Cerró los ojos y se durmió. Al despertar en los labios tenia el sabor de los dátiles y los granados en su boca. Salió de su jaima y miró hacia el horizonte, allí estaban esperando sus palmeras y el viejo Ksar de barro guardando entre laberintos de túneles y pasadizos el agua del pozo que discurría en las acequias para dar vida al palmeral.

QUINTA GOTA ( EL Té)
El agua rompe a hervir en el cazo, sobre el hornillo. La tetera la aguarda paciente, con la hierba seca del té verde y el azúcar. Cae sobre las hojas resecas dándoles vida por última vez, devolviéndoles la flexibilidad robándoles el último aliento. La baraca se arremolina contenida en las paredes de los vasos, fluye la espuma y regresa a la tetera una vez más, para tomar la consistencia del azúcar que irá desgranado la amargura que empaña la alegría vital, para dejar al descubierto las caricias de la complicidad y adivinar con una prudente suavidad el fin de los miedos al calor de las confidencias. Tres tés para ir desenredando los celos, para olvidar la acidez de las decepciones y recuperar la suavidad, con que se saborean los temblores y estremecimientos que nos deja la embriaguez de sentirnos satisfechas


SEXTA GOTA 

¿Cómo presentarse ante sus ojos sin haber dedicado un tiempo a guardar silencio?. ¿Sin prisas, ante Él, el omniscente, el todopoderoso, el clemente, el misericordioso, el indulgente, el que todo lo ve, al que no se le escapa nada…?
Bastan unas gotas de agua para devolverte la mirada inocente, pura, honesta hacia tus huellas, hacia los pensamientos con los que te enredaste encallando en la orilla. Es suficiente con un ritual purificador para abrir el corazón y dialogar con la fuerza creadora. El lugar no importa, es el momento del día lo que marca el ritmo de esa pausa necesaria, anhelada en la que activar la paz, salam, salam…
El viernes irás a la mezquita para la oración en grupo y la fuerza generadora se renovará, aumentará a una velocidad vertiginosa para afianzar lazos, la unión hace la fuerza, y la llamada a la oración se hará presente hasta para los sordos que verán la tela blanca ondeando en el alminar y acudirán para ser acogidos tanto los ricos, como los pobres, los hombres y las mujeres, descalzos con las palmas de las manos hacia el cielo y la mirada orientada a Meca.

SÉPTIMA GOTA
El barrio se agita, la chimenea del horno está cada vez más activa, las mujeres llevan sus bandejas repletas de dulces, panes, para hornear antes de la tercera oración. No hay mucho tiempo, han de llevar la comida a casa a Fatma, los familiares llegaran de Erfoud en el autobús de las nueve y estarán cansados tras ese largo recorrido. Todo está casi listo, han lavado a la muerta, han rezado las oraciones para la difunta. Llora sin consuelo Fatma, no es natural que los hijos mueran antes que lo padres, pero no tiene fuerzas más que para llorar, ya no grita, ya no tiene energías para rasgar más telas, ya sólo la mira a ella, a su pequeña, vestida con su mejor caftán, y acaricia la mano fría que pronto los hombres se llevaran envuelta en el sudario blanco, a la puerta del Milah. Oye muy lejos las palabras de consuelo, y se sabe sola, cada uno de sus hijos es una luz distinta, no pueden reemplazarse, ni sustituirse. Al menos han podido despedirla en ese su último viaje de la mejor forma, para que sea reconocida como una buena musulmana. Los hombres la colocaran sobre el costado izquierdo y mirando a Meca.
El barrio se ha volcado en estos tres días, en que Fatma enterró a su última hija, la niña que lucho por emigrar a España y entrar con su esfuerzo, con un trabajo digno, para volver a su país algún día con el dinero suficiente para poder construir una casa con cañerías. Soñaba con abrir el grifo y que fluyera el agua, sin falta de ir a buscarla a la fuente, cerca de una de las puertas de la mezquita Alharauin. Cada viernes metía en la ranura de la puerta, una pequeña limosna y con ella el deseo de poder viajar a España y trabajar allí.
Fatma llora, reza, y quisiera haber compartido más tiempo con su hija. El dolor amainará, pero el vacío, esa oquedad deberá aprender a vivir con ella, se siente caverna, profunda, fría, oscura en la que el llanto se mezcla con las aguas del cántaro que cada mañana va a buscar a la fuente del barrio. 
Han repartido las pertenencias de la más pequeña, las parientes más lejanas, y en ese reparto han encontrado un informe de un hospital de Barcelona de la unidad de oncología.  Ahora Fatma comprende que su hija sabía que volvía a su raíz para morir entre los suyos, lejos de hospitales, en los brazos de su madre, con una sonrisa.  

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