ADIÓS
Con cariño a Candela Redondo.
Daban
las diez y diez y tenía que ir a buscarla en sus escondites habituales: detrás
de las plantas del pasillo, al otro lado de la puerta o dejar que me asustase
saliendo del armario. Los gestos de las despedidas estaban en la página ochenta
del diccionario y los miraba despacio, repitiendo cada movimiento una y otra
vez, mientras en el interior de mi cabeza trataba de visualizar las últimas
olas que había contemplado el domingo: furiosas, esbeltas, gélidas, bravas,
hermosas. En la memoria de los dedos se iba adentrando los conceptos: parir,
seguir trabajando con otra persona, prender muchas cosas para poder hablar,
irse para dejar paso a otras cosas, y personas. Y por fin, llegó la última
semana. Hablé mientras ella miraba mis labios y mis manos, en su cara no había
expresión alguna, ni de dolor, ni de alegría, permanecía escudriñando mis
labios. Y repetía: _Tú aquí, después del verano.
Llegó
el último día y entró a las diez en punto, sin llamar a la puerta. La esperaba
apoyada en la mesa, y al ver que ya no estaba el palmeral en la pared corrió
y se abalanzó sobre mí, aferrándose con
piernas y brazos con tal fuerza que pude sentir todo su amor y el dolor por mi
futura ausencia.
Y
hoy tras casi un año suena una canción: _ “Dame un lenguaje sin palabras para
abrigarme que tengo frío. Dame besos y caricias, olorosas y descalzas. Dame un
mundo son palabras que yo respire porque me ahogo.”Y me descubro cantándola
mientras vuelvo a sentir la mirada de Candela capaz de verme hasta el fondo,
toda entera, sin obstáculos a pesar de no ser capaz aún de describir con
palabras lo que te rodea. Siento una alegría
inmensa al saber que no existieron las barreras en la comunicación entre
tú y yo, una sorda y una oyente.
Pubicado en LA EXPLANADA Nº28, marzo 2005
No hay comentarios:
Publicar un comentario