ADOLESCENCIA
En
noctámbulo silencio el parque cobra vida y a la luz de las farolas, bajo la
primera helada de enero se desperezan las confidencias. Envueltos en el humo de
la primera cajetilla de tabaco rubio y con el frío de la madrugada envolviendo
los rostros plagados de acné, sienten la frontera de la niñez atrás y la edad
adulta aún no alcanzan. Gritan, dejan un rastro de grafitis y de goma pegada al
asfalto. Esta tierra de nadie en la que habitan, este espacio de
transgresiones, densas y profundas será el trampolín hacia un nuevo territorio
que se diluye entre lo imposible y lo inalcanzable. Mastican el tiempo con una
angustia que paraliza y la eternidad atrapa al corazón y su alma mientras
planean en la casa de madera qué van a hacer mañana, rodeados de dibujos y
nombres con los que han ido empapelando las paredes de la caseta de madera que
se les ha ido quedando raquítica, pero que aún es su refugio.
Durante
las horas muertas de la madrugada la madre recorre por enésima vez el pasillo
de puntillas. Al compás de los ronquidos se toma una infusión y sigue
esperando, esperando. Esquiva las agresiones, los accidentes, los efectos de
las malas compañías, los engaños, el lazo de la droga, la osadía pueril y ya no
sabe qué más hacer. Las horas pasan mientras no es capaz de encontrar respuesta
a los múltiples porqués.
Azul. Océano. Azul celeste recortando
el azul marino, fina raya de trazo profundo entre el agua y el cielo. Azul
pastel en las nubes. Verde esmeralda ondulante frente a la punta del pie, sobre
la última roca del acantilado. Azul es horizonte, rumbo, misterio. Azul
oceánico donde trazo sendas doradas al caer la tarde estival. Azul grisáceo
aciago entre mis palabras y tu inquebrantable silencio. Azul plomizo anunciando
cambios viscerales en el interior de nuestros cielos encapotados. Azul plateado
con borrones violetas en amaneceres de sonámbulos versos, que se materializaran
sobre el lecho de arenas gastadas y en papeles reciclados, sin numeración,
antes del asombroso bostezo. Azules diversos, todos ellos repletos de luz,
hambrientos de lluvia y espuma con los que generar el arco iris para aquellos
que seguimos buscando un equilibrio aunque frágil, en nuestro espectro.
Azul oscuro, oscuro, casi negro cuando
cae la noche y tu rugido me habla de sueños. Sueños con los que tejer una
esperanza, tal vez siete esperanzas o veintitrés esperanzas en esta realidad
sordociega, insensible y agónica que nos arrebata nuestro tiempo. Azul contra
el desahucio. Hogar azul.
Publicado en: Cosiquinas de Cadavedo Nº9, agosto 2011
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