LADRIDOS O GRITOS
Con cierta frecuencia amanecen días extraños, en los que ráfagas de un aire del
norte nos envuelven al doblar una esquina y sientes en el estómago que algo
está a punto de ocurrir.
El 28 de enero fue uno de esos días. Salí a
la calle sin rumbo fijo guiada por la necesidad de respirar una atmósfera más
aséptica, donde a cada paso no me asaltasen recuerdos, voces del pasado.
Buscaba olores empañados en emociones huidizas cuando un explosivo ladrido se
aproximó a una velocidad vertiginosa y a dos metros de mí vi a un cachorro de
pastor alemán impactar contra el asfalto.
Al mirar hacia arriba, una mujer con el
pelo alborotado llamaba a gritos al perro. De repente alguien debió tirar de
ella con violencia porque desapareció y sólo se escuchaban insultos, crujir de
platos y alguna taza salió volando por la ventana.
Alguien debió de llamar a la Policía desde
alguno de los pisos contiguos, porque en la calle sólo estaba yo. Mientras el
agente me tomaba declaración una chica con múltiples cardenales en el rostro y
en los brazos cojeando se acercó al perro. La ambulancia llegó y la apartaron
con brusquedad. Ella desconsolada lloraba. Intentó impedir que se llevasen al
canino tras las primeras curas de emergencia, pero lo único que acogieron sus
manos fue una citación para comparecer en el juzgado y defenderse ante la
asociación de animales domésticos.
La muchacha se quedó en la acera sentada,
contemplando como la ambulancia se alejaba. Me acerqué a ella y le pregunté
susurrando: - ¿No va a denunciarle?. Se volvió y me dijo sin levantar la
vista: - Ya he puesto doscientas ochenta y tres denuncias y nadie hace nada.
Acabará matándome pero a nadie le importa. Se levantó, me miró unos
segundos y se fue dando tumbos. Aquella mirada me llevó hasta el abismo de la
tristeza y la impotencia y la rabia.
No volví a sentir la
profundidad de aquellos ojos golpeados hasta unos días después, cuando al leer
el diario en la sección de sociedad una periodista preguntaba: ¿Qué tiene mayor
poder de movilización: un ladrido o un grito?. El artículo desarrollaba cómo
una señora denunció doscientas ochenta y tres veces a su marido por malos
tratos y éste acabó ingresando en prisión por haber tirado al perro por la
ventana, causándole múltiples fracturas.EDITADO EN Todos somos ellos siempre donde estén. EDI Fundación de derechos Civiles, Madrid 1999.
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