El estudio estaba plagado de bombillas
fundidas, alambres de espino, hierros retorcidos, latas rotas y herramientas
sobre los escasos muebles. El escultor se movía saltando sobre todos los
elementos de su obra desmembrados. Sobre el tablero de ladrillos y unas fotos
en blanco y negro de su infancia en los bosques, con sus primos.
Cada mañana se sentaba mientras
desayunaba en un ángulo diferente y contemplando los dos ladrillos tratando de
encontrar la pieza clave. Tras veinte minutos desistía y volvía con sus
alicates a transformar las latas en pétalos de margaritas, para insertarlos en
los tallos de alambre de espino.
Pero aquella mañana algo iba a suceder.
Hacia la una llamaron a la puerta. Holfan abrió y se topó con Henry, su primo.
-¿Cómo te va
Holfan?.
- Bien, pasa.
¿Cómo tú por aquí?. Te hacía en el sur.
- Empezaron a
llegar turistas y decidí alzar el vuelo. Ya sabes que esas aglomeraciones me
estresan. Llevan consigo demasiada carga y ni la lluvia es capaz de relativizar
la sobrecarga. Te parecerá raro, pero no son iguales los iones negativos bajo
la lluvia cuando llega esa marabunta.
- ¿Quieres
comer algo?.
- Sí, he
traído un vino fantástico de España. Creo que vas a exponer allí pronto ¿no?.
- Bueno está
el tema en el aire aún. Estoy terminando algunas piezas.
- Ya veo y
tienes dificultades con los ladrillos ¿no es así?.
- Aún no lo
tengo claro, pero ya se aclarará.
- ¡Vaya, pero
si somos nosotros!.- Exclamó mientras miraba las fotos en blanco y negro.
- ¿Cómo podía
no recordarlo?. Creo que nunca he visto una mujer más hermosa y que no la veré
nunca.
- Es cierto,
porque perdimos la mirada inocente con aquel desnudo.
Terminaron
de comer y Henry se marchó. Pero se dejó sobre la mesa una pequeña bolsa de
plástico en la que no reparó Holffan hasta el día siguiente,, cuando se dispuso
a contemplar los ladrillos. La abrió y un profundo olor le noqueó la
consciencia. Aquel aroma, donde se entremezclaba el sudor y el perfume, le
llevaron hacia la imagen de aquella mujer desnuda, que su primo y él
contemplaban bañándose en el lago. Extrajo de la bolsa el sostén blanco del que
provenía aquel olor. Lo tomó con ambas manos y acarició sus copas, mientras
imaginaba el cuerpo que había contenido y al enterrar su nariz en él vio en
toda su plenitud su obra terminada. Aquel sujetador sostendría los ladrillos
compactándolos y de sus copas emergerían las fotos.
En
el fondo de la bolsa encontró una nota escrita a puño y letra de Henry y se
dispuso a leerla:
Entre
sueños. Blancos senos, flácidos, sus ojos seguían las leves huellas de los
hijos ya criados que no habían desterrado ni las cremas, ni las lociones
antiestrías. Pechos curtidos por toda una amalgama de amantes, que oscilan
entre los más inexpertos, a las caricias gastadas de amores dispersos. Pechos
que pertenecen a la mujer urbana, con las suelas de los zapatos recauchutadas
por las decepciones y desilusiones que con la edad han conseguido cristalizar
en una coraza a prueba de bombas emotivas y amagos por sorpresa. Recuerdos en
los bolsillos y pagos a plazos en el horizonte. Esa era la propietaria de la
prenda íntima. No
había adornos, ni detalles realzando la línea de aquellos pechos caídos, no, no
era necesario, en cambio el aroma que desprendía aquel sostén era intenso,
inconfundible, persistente, tan peculiar que el mismo perfume no alcanzaría a
ser ni semejante en el cuerpo de cualquier otra.
La pieza viajó con el resto de las
últimas obras hasta España. El arte conceptual era privilegio de una minoría.
Su sala de exposición era visitada por una o dos personas diarias por los que
decidieron sacar parte de la exposición a otros espacios más cercanos a los
trayectos cotidianos de los transeúntes.
Dos amigas fueron a ver la exposición.
La pieza realizada con tenedores retorcidos que introducían sus púas en la boca
de cerraduras impresionó a una de ellas. Y ambas se sorprendieron ante los
ladrillos amarrados por un sostén. Al acercarse y contemplarlo con detenimiento
una de ellas dijo sobrecogida:
- No, no es
posible.
-¿Qué ocurre?.
-¿Recuerdas
cuando nos fuimos a la playa el verano pasado y nos robaron de la bolsa el
sujetador?.
- Sí, mira que
llevarse un sostén viejo y dejar aquel bollo que nos regaló Esperanza relleno
de chorizo casero.
- Pues creo
que mi viejo sujetador está ahí.
- No, no es
posible.
- No valía
nada, no tenía encajes, nada. No valía para nada o eso creía yo.
- Bueno, pues
míralo ahora, se ha transformado en arte.
- Me alegro,
es más grato pensar que lo tomó prestado un artista a que un fetichista lo
integrase en su colección.
- ¿Levante?.
Cuidado con lo que dices.- Sentenció poniéndose sería.
- Vete tú a
saber todo lo que se eleva gracias a una prenda íntima.
- Lo pasamos
bien ese día.
- Sí, ¿no te
apetece conocer al artista?.
- No, no,
vámonos.
- ¿Por qué?.
- Ya no tengo
edad para esas cosas. Vamos a tomar un café.-
La
amiga suspiró y se encaminaron hacia la salida mientras pensaba:
-
No tienes remedio, hay que gastarte así.
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