El teléfono llegaba a su
sexta llamada y Lucía dejó en el contestador por décima vez, la hora de llegada
de su vuelo Estambul-Barajas. El avión tomó tierra con dos horas de retraso.
No la esperaba y tomó un taxi
hasta su casa. Llamó y esperó, pero nadie salió a abrir la puerta. Vació el
bolso en el rellano de la escalera. Entre cajetillas de tabaco, folletos,
sobres de azúcar y barras de labios aparecieron las llaves. Abrió y antes de
meter el equipaje recorrió toda la casa encendiendo todas las luces a su paso.
Sus ojos buscaban a alguien, un rastro.
Lo único que le dejó fue una
carta en la lata del café. Lucía la encontró tras dejar las maletas a la
entrada, descalzarse y disponerse a estrenar su cafetera napolitana. El agua
comenzó a hervir y el café a desbordarse. La cafetera se quemó ante la
abstracción de Lucía. Sus cinco sentidos estaban en aquellas hojas:
No
puedo más. Se acabó. Lo siento pero, no puedo seguir disimulando. Llevó
demasiado tiempo odiándote. Luchando contra mis sentimientos. Renegando de mis
necesidades.
En
el fondo puede que siempre lo haya sabido y todo se limite a ser incapaz de
amar a nadie, salvo a Ava. He buscado su mirada en todas las mujeres que han
marcado mi existencia, pero ninguna ha sabido mirarme como ella. Preciso sus
ojos que te acarician con el sensual aleteo de las pestañas. Tú nunca me has
hablado con los ojos y yo quiero esa complicidad que se intuye, te arrastra y
da seguridad.
Tú
tratas de racionalizarlo todo. Siempre buscas el lado práctico de la vida. A mí
no me interesan las facturas pendientes, ni los tapones sin enroscar, ni el
presupuesto para la comida o tu caja para los imprevistos. Tú orden me ahoga.
Yo
quiero reírme porque sí. Nunca nos hemos mirado y ha brotado la risa sin mediar
palabra alguna. No puedo vivir sin la luz del ser que amo. Mi amor es Ava.
Puede que creas que estoy loco, a mi edad enamorado de la fotografía de un
mito, pero ella es el animal más bello del mundo. No puedes competir con mi
imaginación y es ahí donde su espíritu y mi esencia salvaje se unen, vuelan.
Estamos por encima de toda corporeidad, de toda civilización.
Lo
más probable es que creas que he encontrado a otra, que ésta es una de mis
"historias". Pero no lo es. Sabías que me iría desde el momento en que
descubriste su foto en mi cartera y la llave del cuarto prohibido. Sé que
entraste en el único lugar que te estaba vedado. Tú curiosidad acabó por matar
el poco respeto que te tenía. Me has invadido. Ese lugar era mío, tú no tenías
ningún derecho a violar la frontera de mi confianza, pero lo hiciste. Ahora
llegan las consecuencias, antes de que todo se degrade demasiado. Tú ya no te
comportabas con naturalidad. Has comenzado a tenerme miedo. ¿Te asustó aquella
habitación repleta de fotos de mi diosa Ava o fue la tabla de la ouija?. Ese
sólo fue un intento frustrado de encontrarla. He recorrido todos los caminos
que me pudieran conducir a ella. Pero ahora sé que está dentro de mí. Sólo
replegando la mirada hacia mi interior puedo encontrarla.
No
he sido honesto, ni contigo ni con las otras. Debería haber dejado esta
"pasión enfermiza" como tu dirías hace tiempo. Allá por el cuarto de
siglo o antes, pero no puedo. Es más fuerte que yo. No lo comprenderás por eso
prefiero decirte que me voy, así, por escrito. No deseo escuchar tus reproches.
Soy demasiado mayor para saber lo que preciso y es a Ava Gadner. Sólo alguien
que ha experimentado en sí mismo un amor platónico puede comprender esta
desazón caprichosa que te quema el alma y te hace vibrar. Tú nunca lo entenderás.
Amas con el corazón guiada por las cañadas de la piel y yo vuelo hacia la
"irrealidad" (utilizando una de tus palabras). Pero es esa fantasía
la que me hace sentirme ilusionado y sólo así deseo vivir.
Ava siempre me acompañará mientras todo lo demás se marchita. Ella
permanecerá con su sonrisa y su elegancia felina incorruptible. Los demás se
conforman con sucedáneos. Yo no soy así. Puede que el precio sea muy alto,
puedo que viva solo el resto de mi vida venerando a un ser que nunca me calentará
el café por la mañana, ni me cuidará cuando esté enfermo, ni podré cocinar para
ella, ni llevarla al cine, pero su presencia me acompañará siempre. En esa
habitación que tú profanaste estabamos Ava y yo. No había nadie más. Era mía y
volverá a ser mía en otro lugar.
Tú
te mereces otra persona a tu lado. Es mejor dejarlo así. Reanuda tu vida y
déjame atrás. Adiós.
Lucía acabó de leer la carta.
Inspiró profundamente tras romperla en mil pedazos. Cerró los ojos y adoptó la
postura del loto sobre la alfombra que traía de Capadocia. Permaneció así,
hasta que uno por uno borró de su memoria todos los días que había pasado con
él. Abrió los ojos y decidió ir a la peluquería a cortar la larga trenza que
comenzó a crecer el día que se fue a convivir con él. Se encaminó hacia una
mueblería con su nueva imagen, y se gastó su
presupuesto para imprevistos en muebles. Al cabo de unas semanas la casa
parecía otra, ya no quedaba nada que le devolviera la presencia de Luis.
Tras una tediosa semana el
viernes llegó a casa y se dio un relajante baño. Se recostó en la cama y cayó
en un profundo sueño. Por la mañana salió precipitadamente y la asistenta al
mudar la cama se sorprendió al encontrar una foto de Ashley Wilkes en Tara.
PUBLICADO EN: Alicante revista: Esencias (2006) y en Asturias: Me acuerdo... (1995)
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