Una anciana sentada en el banco del parque que iba a ser transformado en
una urbanización de chalets adosados, fue la última persona que recorrió aquel
parque, recordando la historia de la ciudad y su propia historia ligada a
aquellos árboles que la vieron enamorarse y fueron testigos de aquel amor que
había dejado en sus troncos, la huella de un corazón,con una fecha y dos
iniciales. Los primeros pasos de sus hijos habían quedado marcados en el
cemento que, fijaba la barandilla del estanque de los cisnes.
Cuantas horas había pasado contemplando el canto de las estaciones con su
cesto de avellanas y los barquillos. En los columpios fue la primera vez que su
hijo le preguntó por su abuelo, al ver a aquel viejo que siempre venía con su nieta
todos los jueves, hacia las cinco de la tarde. Allí mismo con ayuda de aquel
diente de león que destrozó la brisa haciendo que se expandiera su simiente, le
explicó que era la hija de unos emigrantes que trataron de encontrar tierras
fértiles, donde sembrar sus esperanzas y luchar por sus ilusiones.
Era más que un parque; era su segunda casa. Y ya no volvería a poder
sentarse allí a esperar a su amor, para ver el último rayo de sol desvanecerse
entre las frondosas copas de los castaños, robles y abedules. Aquellas eran las
últimas hojas que ya empezaban a caer con la brisa y con ellas se llevaron el
último aliento de vida del gran amor de su vida, su único tesoro, su única
posesión, Manuel.
Al perder a Manuel lo único que mitigaba su melancolía y su tristeza era
aquel parque, en el que en cada rincón había un pedazo de su historia, un
trozito de Manuel. Y ahora las máquinas estaban listas para levantar el césped,
arrancar los árboles y hacer unos adosados semejantes a conejeras, como diría
Manuel. El siempre soñó con una casa junto al mar, con su jardín.
Nunca consiguió reunir el dinero suficiente y transformaron en su
interior aquel parque, en su jardín particular, generoso, abierto, como sus
corazones. ¿Adónde iría ahora en busca de Manuel?. ¿Acaso la vida no le había
arrebatado ya bastantes cosas?...
Llegó la luna con su corte de astros y vio la lluvia de estrellas que
siempre habían querido ver. Tan sólo un deseo susurró: -Ver a Manuel-. Una luz
la cegó y al volver a distinguir las formas, pudo ver a su Manuel extendiendo
su mano y diciéndole: - Ven -.
A la mañana siguiente la constructora no pudo empezar a demoler el
parque, porque éste quedó precintado por la policía hasta que, el forense llegó
a la conclusión de que la anciana muerta en un banco del parque, había muerto a
causa del frío de la noche. Una nota en el periódico en la sección de sucesos,
anunciaba la muerte por congelación de diez sin hogar.
VARIOS: Todos somos ellos siempre donde estén. Ed Fundación de Derechos Civiles. Madrid 1999
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