lunes, 10 de septiembre de 2012

Adiós


ADIÓS
Con cariño a Candela Redondo.

Daban las diez y diez y tenía que ir a buscarla en sus escondites habituales: detrás de las plantas del pasillo, al otro lado de la puerta o dejar que me asustase saliendo del armario. Los gestos de las despedidas estaban en la página ochenta del diccionario y los miraba despacio, repitiendo cada movimiento una y otra vez, mientras en el interior de mi cabeza trataba de visualizar las últimas olas que había contemplado el domingo: furiosas, esbeltas, gélidas, bravas, hermosas. En la memoria de los dedos se iba adentrando los conceptos: parir, seguir trabajando con otra persona, prender muchas cosas para poder hablar, irse para dejar paso a otras cosas, y personas. Y por fin, llegó la última semana. Hablé mientras ella miraba mis labios y mis manos, en su cara no había expresión alguna, ni de dolor, ni de alegría, permanecía escudriñando mis labios. Y repetía: _Tú aquí, después del verano.
Llegó el último día y entró a las diez en punto, sin llamar a la puerta. La esperaba apoyada en la mesa, y al ver que ya no estaba el palmeral en la pared corrió y  se abalanzó sobre mí, aferrándose con piernas y brazos con tal fuerza que pude sentir todo su amor y el dolor por mi futura ausencia.
Y hoy tras casi un año suena una canción: _ “Dame un lenguaje sin palabras para abrigarme que tengo frío. Dame besos y caricias, olorosas y descalzas. Dame un mundo son palabras que yo respire porque me ahogo.”Y me descubro cantándola mientras vuelvo a sentir la mirada de Candela capaz de verme hasta el fondo, toda entera, sin obstáculos a pesar de no ser capaz aún de describir con palabras lo que te rodea. Siento una alegría  inmensa al saber que no existieron las barreras en la comunicación entre tú y yo, una sorda y una oyente.

Pubicado en LA EXPLANADA Nº28, marzo 2005

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