lunes, 10 de septiembre de 2012

Me acuerdo...


Me acuerdo…
Me acuerdo del olor de las ciruelas maduras, en los oídos el eco de la caricia de las ramas de los árboles, meciéndose por la brisa marina. Eran aquellas tardes de verano, en que recorría los caminos de tierra con el cuaderno bajo el brazo y un lápiz saltando en el bolsillo sobre la goma de borrar. Corría hasta la base de la última cuesta y buscaba alguna ciruela, en el suelo, a la que hincarle el diente. La limpiaba en el pantalón y subía poco a poco, arriba me esperaba el improvisado tobogán de piedra por el que me deslizaba, antes de entrar a la casa de Mª José, la cartera. Con el sol salíamos al jardín y allí entre las macetas resplandecientes y los claveles colgando de las ventanas, nos sentábamos en aquel banco de escaño gris. El momento en que el respaldo bajaba y se transformaba en una mesa de madera blanca, suave, era mágico. El gris de la pintura, los surcos ásperos desaparecían y la madera de avellano sacudía las divisiones de tres cifras de mis cuadernos, las redacciones de dos carillas no tardaban en fluir y los pájaros llenaban esos minutos en que me asaltaba la duda: seis por nueve,… La clase terminaba y el tobogán aguardaba para descender hasta el sabor de la ciruela expandiéndose en la boca, llenando el bolsillo de rastros frescos, dulces.
Cuando llovía nos sentábamos en la salita, al lado estaba la centralita de teléfonos del pueblo. Recuerdo a Fefi, la tía de Mª José diciéndole a la mujer que aguardaba la conferencia con la capital: - Ya puede hablar, pase a la cabina.- Una cabina de madera, con un taburete y una guía sobre él, situada en un rincón, a su lado aquella caja especial con los cables que ella conectaba para después irse a la cocina mientras hablaban o subía al piso de arriba. Llegaban retazos de conversación a mis oídos, entre las fracciones de la tarta del ejercicio de mates.
Ya no me acordaba a qué olía el ocaso del verano, y este recuerdo volvió a hacerse presente al tratar de recordar como mi vida ha sido poblado de libros, de cuentos, de historias, y cómo la semilla del gusto por las matemáticas estaba en aquellas tardes de clases particulares.
Me acordaré de que el ocaso del verano olerá a ciruelas maduras. 


Publicado en Esencias nº37 junio 2006

No hay comentarios:

Publicar un comentario