jueves, 13 de septiembre de 2012

LA COSTA DE LOS ESQUELETOS



            Olga era una muchacha que disfrutaba de su tiempo libre acudiendo a museos y subastas de antigüedades mientras sus compañeras de instituto se dedicaban a bailar en las discotecas y acabar con el estómago ardiendo tras mezclar birras y cacharros. Una tarde de abril Olga se fue al Museo de bellas artes, buscando un lugar fresco ante el calor que invadía cualquier rincón en aquellos días y que acabaría con la cosecha de cebollas. Olga necesitaba perderse entre las pinceladas de aquella batalla de Trafalgar o entre el alegre colorido de la enredadera que ascendía sobre la losa de piedra.
Una vez allí se sentó en aquel diván y se quedó relajada observando el azul del mar y el casco taladrado por los cañones. Se sintió mareada y cerró los ojos durante unos minutos. Al sentir sobre sus manos un leve cosquilleo abrió los ojos y se encontró con un hombre de unos treinta años, con un parche en el ojo, abundante barba y una pluma de ganso en la mano. Su vestimenta databa del S.XVI. Sonrío y le dijo con acento portugüés:
- No se asuste señorita. Soy Diego Chau. He venido en cuanto he podido. Hacía tiempo que nadie me requería. Enseguida emprendí viaje, pero ha sido largo debido a tu preferencia por esta sala. Es duro hacerse paso entre navegantes más expertos y con mejores naves e instrumentos para luchar contra las inclemencias del tiempo y las caprichosas estrellas. Las cartas de navegación de mi época, allá por el 1486 no eran tan sofisticadas como ahora. Si yo hubiese tenido esos radares y eso que llamáis tecnología,... bueno no hubiese vivido de una forma tan intensa e inolvidable mi llegada a la costa de los esqueletos...
Olga, sorprendida por aquel navegante al que quería descubrir leyendo sus diarios de abordo, no se percató de que el Museo había cerrado y la mujer de la limpieza realizaba su trabajo aspirando el diván en el que ellos estaban sentados sin que les afectara y sin que se observase su presencia. Fue la invitación de Diego ante el olor a lejía lo que devolvió a Olga a la dimensión lineal de su tiempo...
- Este olor infecto me perturba. ¿Podríamos irnos?. Así proseguiré con mis relatos en otro entorno que estimule mi memoria.
- Pero si han cerrado el Museo ¿cómo vamos a salir?. Tenemos que buscar al guardia de seguridad.
- No será necesario, él no sabe que estamos aquí.
- ¿Cómo no va a saberlo?. Nos verá por la cámara...
- No puede captar nuestra presencia. Míralo, está en la escalera. Viene hacia aquí.
- ¡¡Oiga!!.
            El guardián subió la escalera y paso a través de ellos dos sin inmutarse. Olga gritó al ver como no se detenía y la atravesaba sin dilación alguna. Sorprendida le dijo a Diego:
- ¿Esto es un sueño?.
- No, estás en otra dimensión. Has cruzado la puerta hacia otra concepción del espacio y el tiempo. No te preocupes, estás conmigo. Relájate y disfruta. Vamos, esta casa de indianos cerca del mar parece un lugar confortable para hablar. Seguro que tiene una amplia biblioteca, con su chimenea y sus cómodos sofás y como no, un buen coñac esperando, ideal para mi gaznate sediento tras masticar tanta arena.
            Se adentraron en el lienzo y se encontraron en la Biblioteca. Tras acomodarse Diego prosiguió con su narración mientras giraba la copa de coñac y olía su contenido...
            En aquella época el papa Martín V concedía el dominio de las tierras que fueran descubiertas. En 1471 Juan Santarén y Pedro de Escalona avanzaban por el golfo de Gaima. Fernando de Poo descubrió en el mismo año mientras yo arribé en Namibia, al cabo de las Tormentas, más conocido por el cabo de Buena Esperanza como fue rebautizado por el rey D. Juan I.
El mar era un infierno. Olas de seis metros arremetían contra nosotros y el viento junto a la corriente de benguela, nos arrastró hasta la costa. Estaba anocheciendo y la niebla era tan densa que en la playa, los que logramos sobrevivir exhaustos nos desplomamos semiinconscientes sobre la arena.
Al despertar me encontré sólo frente al mar, a mi espalda lenguas de arena roja se extendían hasta el horizonte, salpicadas de fieras que devoraban lo que quedaba del contramaestre y el grumete. Caminé con la esperanza de encontrar alguien con vida y a mi paso sólo aparecieron esqueletos de ballenas, focas, delfines y restos de embarcaciones que sucumbieron ante la ferocidad de la tormenta.
El sol era cada vez más intenso y sin agua decidí refugiare de su implacable fuerza y esperar a la caída de la noche. Mientras trazaría una estrategia tenía una brújula y por las cartas marinas debíamos de haber alcanzado el trópico de Capricornio antes de la tormenta. En la noche con ayuda de la Cruz del Sur marcaría mi ruta. Traté de dormir para no malgastar energías y de ver con toda claridad como el cómo el desierto brillante explotaba en un abanico de colores entre los que sentí palpitar el alma de una mujer que se movía suavemente entre sábanas de arena y cuyos gemidos llegaban hasta mí entre el rumor del mar. La vi despertar y desperezarse con los primeros rayos de luna y todavía hoy busco una mujer con aquella mirada que me salvo la vida. Gracias a Namib llegué a encontrar los welwitschias, plantas de las que puede obtener el agua necesaria de sus dos hojas hasta encontrar los melones nara.
- ¿Cómo lograste volver?.
- Un aventurero nunca muere del todo. Cambié de piel como las serpientes, eso fue todo. Regresé a principios de tu S. XX a Kolmanskop en busca de las riquezas naturales que sus arenas guardaban en forma de diamantes. Tras casi cien años sigue el cartel a la entrada de la ciudad avisando a los visitantes de que la recolección de cualquier piedra del suelo será perseguida con toda la fuerza de la ley. Sabía que aquel esplendor se vendría abajo cuando se descubrieron otras minas en Sudáfrica y Namibia y entonces el agua sería el bien más preciado. Fue gracias a esta intuición como logré hacerme rico. Canjeaba agua por diamantes. Agua potable que traía en mi barco y cuando la arena se tragó las vías del ferrocarril mi fortuna creció como la espuma. Tenía en mi bodega todos los diamantes de aquella ciudad y puse rumbo a otro lugar, en el que nunca llegué a anclar. Supongo que fue el precio tuve que pagar por dejar tras de mí un reguero de mineros intoxicados por el agua de algunas plantas del desierto.
Hoy desde esta dimensión incorpórea sigo contemplando como el hambre avanza y como los bosques desaparecen mientras Danakil, el Kalahari, Rub Al Jali, Thar y así hasta veintitres desiertos en el mundo, avanzan a un ritmo vertiginoso. Todo esto no me permite ser optimista. El océnaose calienta, los casquetes polares se derriten, la atmósfera cada vez más enrarecida, especies desaparecen. Las redes de arrastre destruyen la nueva vida que se regenera en los océanos y mientras el hombre se cree civilizado, se mira a sí mismo y su mirada altiva le hace creerse un dios. Busca otra casa en el espacio y mientras grano a grano la arena se meterá en vuestros frigoríficos y despensas. Ya no habrá soluciones, ni esperanza mientras la basura del primer mundo sostiene la muerte en el tercer mundo. Tú ya no puedes permanecer al margen. Eres responsable.
- No voy a mandar este bocata al Zaire. No llegaría. ¿Qué puedo hacer yo?.
- A eso sólo tú puedes encontrar respuesta. Pero si tardas demasiado puede que sea tarde...
Ante ellos dos apareció Margaret Mead junto con un adolecente procedente de Samoa y se dirigió a Diego:
- Diego, tranquilo. No te exaltes, que la vas a asustar. Ella aún no sabe que puede no atravesar la ventana oval y quedarse en estas coordenadas espacio-temporales.
- Pensaba contárselo después, pero ya sabes que me emociono siempre que recuerdo como contribuí a conocer el nuevo mundo. Buscábamos la ruta de las Indias, la prosperidad, el comercio, el progreso, ahora me he dado cuenta de que no me preocupé de las consecuencias de los descubrimientos. No me siento orgulloso de haber causado la muerte a tanta gente, pero no hay tiempo que perder, la arena puede transformarse en un jardín fértil...
- Diego aquí el tiempo no tiene el mismo significado que para los humanos. Tienes que perdonarle Olga, al recordar vuelve allí y tarda en readaptarse. Es la culpa que aún le tiene prisionero. Será mejor que me acompañes antes de que se ponga a hablar de Colón y las Américas. En este lugar como ya sabrás, estamos por encima del tiempo y el espacio que tú conoces. Puedes cruzar la ventana oval y regresar a tu vida de adolescente o puedes quedarte aquí y conocer a los investigadores de todos los tiempos.
- ¿A qué me dedicaría?.
- Aquí cada uno de nosotros explora el mundo de los sueños, de las angustias, de los recónditos sentimientos de los mortales. Y nuestra presencia logra que exploten su potencial. Por ejemplo Diego ha logrado que seas capaz de conseguir hacerle regresar y tu influencia sobre cada uno será distinta. La decisión es tuya,...
Margaret Mead desapareció y Olga se quedó sola ante la gran ventana oval. Al otro lado en la Sala del Museo de Bellas Artes, Amal, una escritora novel contemplaba la loza de Vega de Poja mientras buscaba un modelo para decorar el tazón en azul cobalto. Olga la observaba y retrocedió. Al cabo de unos minutos la vio saludar a Carmen, una amiga con la que compartían el gusto por la soledad de la escritura arrulladas por el mar Cantábrico, la fotografía y las vistas desde un tejado. Mientras caminaban hacia el apartamento de Carmen sintió su desasosiego, el desarraigo, al caer la taza recién pintada de las manos de Amal, y hacerse mil añicos. Supo en ese instante lo que buscaba, una heroína para su novela, una mujer occidental capaz de luchar contra la tiranía el tiempo y las miserias cotidianas. Pero aquella protagonista estaba muy próxima y no la veía,... - ¿Cómo podría mostrársela?.- Preguntó Olga a Diego. Este la miró fijamente y le preguntó: -¿Cómo lograste que yo llegase hasta ti?. No hay un solo camino, sólo vosotras podréis encontrar vuestra respuesta.-
Olga se quedó pensativa mientras seguía a Amal con la mirada en el interior en el interior de un pequeño apartamento. Esta escribía una dedicatoria para Carmen, en el cuaderno que éste tenía reservado para testimoniar momentos gratos, repletos de proyectos, argumentos de novelas que aún están por escribir. En aquel lugar había una magia especial. Quizás se debiera a la ausencia de televisión, teléfono y a la presencia de un piano del siglo pasado, abundantes recuerdos de familia y las dos entradas, una directa al salón otra al dormitorio. En la pared una carta de navegación en la que estaba trazada la ruta de la seda, las especies con oriente. Frente a la chimenea de mármol rosa tomaban café y tarta de frambuesas. Ccon cada bocado Amal no saboreó la nata y la textura de las frutas, sino que a su nariz llegaba el olor de cada región del Brasil y asi fue como encontró a la protagonista de su novela, una muchacha que cambió su vida tras conocer las amazonas, los diarios de viajeros que emprendieron largos viajes en busca de colonias, conocimientos botánicos, rutas de comercio, más allá del horizonte, guiadas por las estrellas.

EDITADO EN: VARIOS (1997): Historias de la navegación. Maquetas de embarcaciones S. XIII al S. XX Santiago Garea. ED Fundación de Cultura Ayto de Oviedo.

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